jueves, 25 de noviembre de 2010

Reportes (capítulo 1)

Los sitúo. Como muchos saben y otros no, estoy haciendo tours para extranjeros por la ciudad. Cada vez que hago una guía tengo que presentar un reporte. Intuitivamente fui intentando que los reportes no tuvieran tono de telegrama ni de informe técnico. Para no aburrirme yo, y para que no se aburriera quien leyera.

Escribía textos kilométricos y minuciosos. Con el tiempo empecé a creerlos inútiles y faltos de público. Sin embargo, después me enteré de que eran bien recibidos en la oficina en cuestión. Así que volví a arremeter, ya sin escatimar.

Me pareció que podía resultar pintoresco colgar alguno acá. Los tours suelen dar material, y hoy por hoy, los reportes son la literatura que practico con obligada disciplina y mayor asiduidad.

Pego dos. Ojalá les gusten.


PD: Van dedicados a FF, la receptora oficial. Por la buena onda de siempre, por el incentivo y por ser ávida lectora.


REPORTE: Tour dom 14/11/10, city tour-caminata, 3hs, 2 pasajeros USA, Guía: Cecilia.

Fue un tour con particularidades. En parte por el tipo de tour, y en parte por el material humano.

Pasé a buscar a los pasajeros por el hotel en Hipólito Yrigoyen al 600, cerca de Plaza de Mayo. Me estaban esperando; al verlos intuí lo que venía. Eran una pareja de unos 60 y pico. Él, enorme. Vestido de color caqui. Riñonera. Gorra con visera de corderoy desteñido. Ella, bastante grande también. Muy rubia. Polera violeta y anteojos ahumados, también violetas. Camarota de fotos y buzo polar atado a la cintura.

Mark y Patricia.

Caminaban despacio, pero no por una cuestión de dificultad, sino de tamaño.

Me presenté. "Cristina?", dijo ella. "No, Cecilia", dijo él (y sería el único tema en el que él escucharía bien y la corregiría a ella). "Cristina is the name of my mother and also the name of our president", dije yo. "Really?", dijeron. Y rieron.

Ella me llamó Cecilia y también me llamó Cristina alguna otra vez en el tour. Él volvió a corregirla. Yo le dije que no se preocupara, que si me decía Cristina yo le respondería igual. De nuevo rio.

No estaba muy claro por qué venían a Argentina y no sabían casi nada de la ciudad. Sin embargo, me fui enterando de que viajaban bastante. Habían ido a Perú y a Ecuador. Cuando pegunté los motivos del viaje, ella me contó que querían ir a Ushuaia y que en Buenos Aires estaban de paso. Un retraso los había obligado a quedarse más de lo planeado. El día siguiente lo pasarían en Colonia y volverían acá sólo para irse al sur.

Como dije, venían bastante en cero. Ella había leído un poco sobre Evita en su juventud, pero de todo lo demás tomaba apuntes en unas hojitas diminutas que sostenía en la palma de la mano. Algunas veces me pedía que repitiera datos específicos para anotarlos correctamente.

La traumaba el hecho de que no le salía decir bien "Buenos Aires". La ayudé con la dicción y la fonética. Modulamos una frente a la otra. Dedicamos un ratito a eso.

Eran de Alaska, me contaron. Luego noté que un bordado en la gorra de él lo había anunciado desde siempre. Me hablaron de Alaska, de sus 4 hijas, de 9 sus nietos.

Salimos del hotel y era como si tambaleasen, como si aún conmigo marcándoles el camino, estuvieran perdidos, sin saber a dónde ir. Ella se escabullía y yo tenía que estar buscándola. Normalmente se apartaba para sacar fotos.

Apenas estuvimos en la calle, escucharon música en Av. de Mayo y quisieron ver qué había. Era un escenario montado que cortaba la calle. Un grupo de gente disfrazada bailaba la danza típica de algún lugar. Más tarde nos enteraríamos por el locutor de que era un baile ruso.

En ese primer momento, aturdidos por el volumen de la música, él me hizo la pregunta que lo estaba atormentando. Aparentemente había dos preguntas que los atormentaban y querían evacuarlas lo antes posible. La primera: ¿En Uruguay usan la misma moneda que acá? La segunda: "Honey...which was the other question?...no la recordaban.

Tuve que gritar un poco la respuesta. La música estaba fuerte y él, en general, no escuchaba bien.

Fuimos a Plaza de Mayo. Después hicimos una larga y lenta caminata hacia San Telmo. Quisieron ir a lo largo de toda la feria que lleva a la plaza: una fila interminable de gente que subía en dirección al sur. Les encantaron los puestos, las estatuas vivientes y los números callejeros.

Apenas vio que había feria, ella me anunció que le venía bárbaro porque quería comprarse una bufanda con violeta (evidentemente) o algo de azul.

En las primeras dos cuadras se compró tres bufandas. Cada vez encontraba algo más parecido a lo que había imaginado. Cada vez le pedía la plata a él. Más tarde, él me preguntaría si siempre había que quedarse con el precio anunciado o se podía regatear.

Un par de veces ella le preguntó al marido si estaba bien o necesitaba cerveza. En un momento dije que podíamos comprar cuando quisiera, que podía tomar mientras caminaba. Finalmente quiso. Entramos a un super chino. Compró una Quilmes. Más adelante me enteraría de que él producía cerveza por hobby. Le pregunté por la Quilmes: le había gustado mucho.

Paréntesis: Noté en varias oportunidades que, cuando parábamos o cuando él caminaba detrás de ella, se dedicaba a sacarle de la espalda y los hombros los pelos rubios que habían caído de su cabellera. Lo hacía con gestos minuciosos, suavemente, casi con gracia. Algo que no se condecía para nada con su impronta general.

Bueno, tengo que decir que los lugares visitados o lo que yo pude contarles fue lo menos importante. Llegamos hasta Plaza Dorrego, pero ya habíamos visto bastante de eso así que decidimos partir. Les describí las opciones posibles. Como querían ver algo diferente, eligieron el norte. Perfecto.

Taxi. Un chofer amable y bien predispuesto permitió que ese recorrido se convirtiera en un city tour clásico. El único tema fue el tamaño. Éramos tres personotas (cuatro con el chofer) en un auto standard. Íbamos justos. Igual ellos parecían contentos con lo que veían, sorprendidos por los contrastes que ofrece la ciudad.

Vimos bastante del norte y ya camino a Recoleta él me hizo dos anuncios. O, digamos, otros dos requerimientos que necesitaba evacuar. El primero: un cajero automático. El segundo: un baño.

El problema fue que quería específicamente un Citi Bank y tuvimos que hacer una búsqueda exhaustiva. Finalmente encontramos uno.

Llegamos a Recoleta. Los llevé a un baño. Pero entre pitos y flautas, se hizo tarde y nos cerraron la puerta del cementerio en la cara. Pensé que sería trágico, pero no. Los llevé hasta una de las puertas de reja donde pudieron ver un poco el lugar y hacerse una idea de lo que era. Les conté un poco del cementerio, les conté que podían volver cualquier día y parecieron conformes. Me lamenté por no poder entrar, pero ellos estaban contentos de haber elegido el norte de cualquier modo porque pudieron ver mucho y cosas bien diferentes.

Como dije, con las vueltas ya estábamos justos de tiempo, así que empezando el regreso al hotel en ese momento, terminamos re bien igual.

Tomamos el segundo taxi. Dudaron un poco entre ir al hotel o que los dejara en algún lugar para comer. Dudas...Hotel. Pagué. Bajamos. Ahí nos despedimos. Dentro de su particularidad, los sentí conformes. Me saludaron amables y se fueron, lentos.

Cuando crucé Av. de Mayo camino al subte estaban desarmando el escenario ruso. Ya no había música, sólo unos pocos turistas.

Ahí me di cuenta de que nunca supe cuál era la segunda pregunta que querían evacuar.


REPORTE: Tour jue 18/11/10, tour de arte, 3hs, 2 pasajeros USA, Guía: Cecilia.

TÍTULO: “Arte, arte, arte”

FECHA DE REALIZACIÓN: 18 de noviembre de 2010.

LUGAR: Buenos Aires, Argentina.

DURACIÓN: 160 min.

PERSONAJES: ella, él, el chofer, X (el chico de la agencia), Marta Minujín y yo.

LOCACIONES: la Recova cerca del Four Seasons, el Passat negro que nos transportaba, el MNBA y el Malba.


ARGUMENTO:

Una pareja yanqui de unos 45 años, con bastante dinero, está de visita en Buenos Aires y decide tomar un tour de arte.

Venían a Argentina por algunas semanas. Habían visitado Mendoza y Carmelo (Uruguay) para el momento del paseo. Evidentemente viajaban mucho (mucho) y les gustaba que se notara.

Esa mañana habían salido a “dar una corrida” por las inmediaciones del Hyatt, donde estaban hospedados. Habían almorzado en Piégari. Tardaron menos de lo pensado. En los minutos que quedaron entre el almuerzo y mi llegada, decidieron ir a caminar.

Luego del encuentro en La Recova, vino el tour. Ella tenía anotado prolijamente en un papelito lo que se suponía que verían: Colección Fortabat, Centro Cultural Recoleta y algo más. Luego de la visita al primer museo desplegó la información para corroborar. Yo expliqué cuál era el tour que efectivamente harían, quizás había habido una confusión. Ella no quedó del todo satisfecha, pero para ese entonces ya había bastante buena onda conmigo, yo les traté de explicar por qué este tour era mejor que el otro y ya no había mucho que pudiera hacer.

El resto del paseo avanzó sin mayores contratiempos. Me encontré contándoles cosas de la ciudad en los recorridos en auto e incluso dentro de los museos porque a veces necesitaba situarlos. Habían visto bastante de Buenos Aires, pero de manera dudosa: no sabían de la existencia de Plaza de Mayo, por ejemplo.

En cuanto al contenido de arte, todo salió bien. Los pasajeros entendían bastante. Estaban evidentemente interesados y se notaba que eran habitués de museos. Con muchas cosas se sorprendieron, parecía que no esperaban el nivel con que se encontraron.

En líneas generales, hicimos todo bastante rápido. No era que no hicieran preguntas, pero sus comentarios eran escuetos y noté que tenían una tendencia a la hiperkinesis. De hecho, después del tour se iban al hotel, de ahí al Colón y de ahí a cenar. Sin embargo, eso no les fue suficiente y presencié un pedido que le hicieron al chofer para que arreglara una pasadita por “Tequila” esa misma noche.

Como dije, entre la hiperkinesis y los traslados cortos, terminamos temprano. Ellos sabían que el arreglo era que los devolvíamos al hotel, pero me comunicaron que, si no me parecía muy lejos, preferían caminar. Calculé, evalué, medí y concluí que era propicio. Así que, mapa en mano, les expliqué qué camino les convenía tomar. Nos despedimos en la puerta del Malba. Parecían contentos con el tour y conmigo, pero reconozco que dudé un poco de la sinceridad de esta gente. O, digamos, sentí que agregaron una cuota extra de sonrisa blanqueada que me costó descifrar. Espero haber sido mal pensada…

Sendas sonrisas blancas.

Funde a negro.

Fin.


DESCRIPCIÓN DE PERSONAJES:

ELLA: Delgada, en forma, pelo planchado, dientes blanqueados, piel tostada, jeans ajustados, tacos de leopardo. Había vivido en todos lados. Entre ellos, en España, así que hablaba algo de español (además de francés, claro).Venía practicando con el chofer. Aseguró que, por algún motivo que no comprendía, la gente la paraba mucho en la calle para pedirle direcciones o explicaciones, y ese era uno de los secretos de su condición de políglota.

Ella era la más interiorizada en los temas artísticos, y lo hacía saber. Como ya dije, también era la que desplegaba papelitos para corroborar cositas. Creo que llevaba la batuta.

Reconozco que asumí (prejuiciosa) que se trataba de una pareja de solteros eternos. Sin embargo, ella me habló de los dibujitos que hacían sus hijos cuando le pregunté si le interesaba comprar arte, si tenía. Dijo “tengo una pequeña colección en casa, y muchos cuadros de mis hijos”. Yo dije (ahora enternecida) que esos, seguro, eran los más lindos. Ella respondió: “No sé si los más lindos, pero sí los más baratos”. Punto.

ÉL: Esbelto, pelada incipiente cubierta por un “flequillo” crecido + pony tail, dientes blanqueados, piel tostada, camisa escocesa, botas tejanas. Él no dijo hablar más que inglés, pero sus maneras me cayeron más honestas. Paradójicamente sentí que el intercambio con él, aun en una sola lengua, era más fluido.

No me quedó claro si tenía una formación o base artística sólida, pero parecía apreciar lo que veía. Se entusiasmaba y disfrutaba todo, casi como un niño. Quizás por eso, o quizás porque hice causa común con él frente a los golpes de la batuta, lo quise más.

No puedo afirmar que sea él el padre de los hijos de ella.

EL CHOFER: Simpático y de traje. Sonrisa amplia, con una pizca de viveza argentina. No perdió oportunidad de hacerme los chistes clásicos del vínculo chofer hombre- guía mujer, pero muy muy amable. Hablaba algo de inglés y se notaba que se llevaba muy bien con ellos. Aparentemente era el encargado de trasladarlos a todos lados hacía días.

Fue el primero que me advirtió del flequillo yanqui: “No vale reírse del peluquín”, me dijo cuando nos saludamos.

X (el chico de la agencia): Un muchacho simpático y correcto. Previo a nuestro encuentro me llamó para avisarme exactamente dónde estaban él, el chofer y el Passat negro, y para contarme que los pasajeros habían terminado de almorzar y habían ido a caminar un rato.

Llegué. Los encontré. Nos presentamos. El chico de la agencia debía ser un tal Nacho (ese era el nombre que yo tenía). Saqué yo mi papelito para corroborar cositas y lo interrogué. Simplemente había habido un cambio de planes, pero sí, Nacho y él trabajaban juntos.

“Cualquier cosa, llamáme. Con la llamada que te hice ya tenés mi celular. Son re buena onda…”, me dijo al despedirse.

MARTA MINUJÍN: Delgada, piel blanquísima, de negro, pelo súper platinado o quizás blanco, labios rojo sangre, anteojos oscuros y grandes.

Marta participó sin buscarlo ni quererlo. Apenas bajamos del auto en la puerta del Malba nos topamos con los miles de afiches que anunciaban su próxima muestra retrospectiva. Aunque no iban a verla porque se inauguraba recién el 25, me pareció que estaba bueno contarles un poco quién era y cómo era la muestra que iban a hacer, también en vistas a que después encontrarían las fotos de ella con Andy Warhol.

Les conté con los afiches de fondo. Una vez adentro vieron las fotos con Warhol y los hice asomarse a la terraza, donde un grupo de barrenderos limpiaban de jacarandás el piso donde se apoyaban algunas de sus esculturas. Más tarde pudimos espiar los preparativos de la sala a través de un nylon transparente con varios agujeros. A ELLA le encantaron las esculturas de cabezas particionadas, y toda la propuesta en general los entusiasmó. ELLA me preguntó qué edad tenía Marta; yo arriesgué sesenta largos.

Era casi el final de tour. Bajábamos la escalera mecánica camino a la librería, nuestra última parada. Yo venía hablando y en eso ÉL dice: “¿No es ella?”. Miré. Miramos. Era ella. Era Marta. Entraba al hall del museo escoltada por un séquito de mujeres súper amables que la conducían al ascensor. La vimos cruzar todo el salón al tiempo que nos deslizábamos escaleras abajo.

Me impresionaron la piel blanca de Marta y sus labios muy rojos. Se veía sólo un poco de su cara detrás de los anteojos negros.

A mí me divirtió verla. ÉL estaba orgulloso de su descubrimiento. ELLA lo felicitó por estar atento. Después, giró hacia mí y me dijo: “She´s probably seventy…”. Punto.