Mientras yo esperaba que bajaran a abrirme en la puerta de un edificio, una mujer y un nene pasaron frente a mí. Ella tenía unos cuarenta años, era rubia y gris. Estaba vestida como si volviera de trabajar en alguna oficina. A él le calculé siete; uniforme de colegio, mochila y valija de vianda.
La mujer caminaba tempestuosa, mirando hacia un futuro que se alejaba o que ni siquiera llegaba a ver. Llevaba al nene de la mano, pero las piernas de él no estaban a la altura de su apuro y la seguía como podía, siempre un poco por detrás.
Cuando pasaron al lado mío ella dijo (le dijo a él, pero lo dijo como al aire, al cosmos, a ella misma): "¿Te das cuenta de por qué yo no me caso? ¿Para qué? ¿Para llegar a vieja puteando y odiando al que tengo al lado?"
Ella ya venía hablando antes de caminar cerca mío, antes de esta frase, pero yo escuché esas tres preguntas recortadas del resto. A medida que las decía se iban estampando a golpes sobre la vereda, y se quedaron ahí una vez que ellos pasaron. Después de la frase, estampa y silencio.
Era jueves a la tarde y en la calle había movimiento, pero cuando me llegaron las palabras de la rubia (a quien yo había asumido madre y ahora rogaba que no lo fuera), sentí que los tres estábamos solos en la ciudad. Ningún auto, ningún transeúnte. Nadie con quien compartir la pena.
No pude evitar seguirlos con la mirada en todo momento. Cuando se habían alejado algunos pasos, el nene giró la cabeza y me miró. ¿Quería asegurarse de que yo había sido testigo de todo? No lo sé. No pude saber si buscaba confirmar su vergüenza, si intentaba complicidad o pedía rescate.
La rubia simplemente siguió caminando.
La mujer caminaba tempestuosa, mirando hacia un futuro que se alejaba o que ni siquiera llegaba a ver. Llevaba al nene de la mano, pero las piernas de él no estaban a la altura de su apuro y la seguía como podía, siempre un poco por detrás.
Cuando pasaron al lado mío ella dijo (le dijo a él, pero lo dijo como al aire, al cosmos, a ella misma): "¿Te das cuenta de por qué yo no me caso? ¿Para qué? ¿Para llegar a vieja puteando y odiando al que tengo al lado?"
Ella ya venía hablando antes de caminar cerca mío, antes de esta frase, pero yo escuché esas tres preguntas recortadas del resto. A medida que las decía se iban estampando a golpes sobre la vereda, y se quedaron ahí una vez que ellos pasaron. Después de la frase, estampa y silencio.
Era jueves a la tarde y en la calle había movimiento, pero cuando me llegaron las palabras de la rubia (a quien yo había asumido madre y ahora rogaba que no lo fuera), sentí que los tres estábamos solos en la ciudad. Ningún auto, ningún transeúnte. Nadie con quien compartir la pena.
No pude evitar seguirlos con la mirada en todo momento. Cuando se habían alejado algunos pasos, el nene giró la cabeza y me miró. ¿Quería asegurarse de que yo había sido testigo de todo? No lo sé. No pude saber si buscaba confirmar su vergüenza, si intentaba complicidad o pedía rescate.
La rubia simplemente siguió caminando.
3 comentarios:
Muy buen post. La ciudad esta llena de microfrases siniestras. Recuerdo aquel dia que justo cuando pasabamos por al lado de otra mujer rubia con su hija, dice "que importa si se muere? si es un sidoso". Que vuelva Babar!
Otro muy buen post.
Me encaaaannttaaaaa!!!!!!. Es bueno notar que las antenas de esta escritora estan permanentemente captando todo lo que sucede a su alrededor. Es bueno seguir descubriendo esas grietas que responden y preguntan a nuestros rincones de la vida. C tenes que seguir insistiendo la busqueda en esos lugares porque así encontraras mas hermosos en tu corazón.
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